Reseña sobre “El grado cero del insomnio”, de Emilio García Wehbi.


“Esta obra no es un espectáculo teatral” advierte una de las 9 protagonistas en la introducción. Estalla una música jazz y el resto de sus compañeras se presentan. Inyectadas de energía, con una sonrisa de oreja a oreja, ojos bien abiertos, maquillaje excesivo y un look ochentoso, las actrices estaban vestidas con lo más ajustado posible: minifaldas, tops, medias cancán, mallas, que remiten a los programas de tv para hacer ejercicios aeróbicos, y zapatos con taco aguja. Armaron un trencito y todas empezaron a mover sus brazos y sus cabezas a los costados, manteniendo muecas. Después, tres de ellas trajeron una mesa y varias sillas, mientras el resto mantenía la coreografía. De repente, la música se cortó y todas se acomodaron en unas sillas. Aquí comienza el desarrollo, el cual no consta de personajes, lugares o escenas ya que “Esto no es un espectáculo teatral”. Los parlamentos de cada una se desarrollaban y se interrumpian por los de otra. Por lo tanto, mantener la concentración para entenderlos se convirtió en un juego de resistencia, debido a la velocidad y el dinamismo que tenían.

Quisiera destacar el aspecto corporal del elenco. Los cuerpos estaban completamente relajados y muy bien entrenados, ya que tenían que ejecutar coreografías que duraban más de 10 minutos. Con respecto a lo vocal, el nivel elevado de la voz, por no decir que hablaban gritando, sostenían el nivel de energía de la sala y del “espectáculo”, pero era contraproducente para ellas. Se evidenciaba en la aspereza y en el cansancio de sus voces.

La crítica al actual teatro de “Living” que se presenta en las salas, caracterizado por autores clásicos del teatro cuyas obras tratan la problemática familiar, y a los valores e ideas presentes en la idiosincrasia de la sociedad componen el mensaje de esta representación. 
Si tuviese que ponerle un rótulo sería “teatro de denuncia”. Los últimos veinte minutos me dieron la razón, porque la crítica profundizó sobre el lugar que le asigna la sociedad a la mujer, a los homosexuales y a la otredad. Recién ahí me llegó el mensaje: 
La multiculturalidad normaliza, iguala a lo otro y le quita esa fuerza que lo hace diferente, para que no haya tensión”.
La obra es un baldazo de agua fría en la cara y te obliga a poner los pies en la tierra. El comentario de uno de los espectadores me lo confirmó a la salida del teatro Beckett, al decir que sentía algo en el pecho.

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